El “bendito” pecado de la desobediencia.
A la muerte de Simón
Bolívar todos sus amigos y seguidores fueron proscritos y perseguidos en los
territorios de Nueva Granada y Venezuela, de la ya dividida Colombia (la
grande). Ejerciendo cargos públicos o no, todo el que quería salvar su vida
debía salir precipitadamente de estos países, más aun, luego que el general
José Ignacio Luque, con su habitual carácter ambiguo, viola la Capitulación del
23 de abril de 1831, y apresa y expulsa a don Juan de Francisco Martín (1799-1869),
Prefecto del Departamento de Cartagena, y al General Daniel Florencio O´Leary
(1801-1854), entre otros. Como vemos, y lo detalla Carlos González Rubio, era
verdaderamente difícil para el albacea y el edecán del Libertador salir del
país con una pesada carga, sobre todo si se trataba de papeles de Simón
Bolívar, por cuya amistad y entrega estaban sufriendo la pena del destierro,
rumbo a la siempre cordial Jamaica.
Una vez en esta isla, Juan de Francisco Martín no se encontraba completamente a la deriva, pues desde hacía algún tiempo tenía establecido un comercio en sociedad con Juan Bautista Pavageau con sede en esta Antilla. No podemos menos que imaginarnos la sorpresa del ilustre albacea al saber que en aquel territorio se hallaban los 10 baúles que contenía el archivo de su amigo y jefe, y sobre los cuales pesaba en él un deber.
No sabemos en qué fecha
llegó Juan Bautista Pavageau a Jamaica, ni donde depositó el encargo que traía (véase la entrada El Archivo de Bolívar se salva “de milagro”);
menos aun si para esas fechas conocía la disposición testamentaria de Bolívar,
pero creemos en la sensatez de las opiniones de González Rubio cuando dice que “era forzoso desembarcar los baúles y
depositarlos, lógicamente, en casa de don Juan de Francisco Martín, su socio y
quien además de haber vivido en Jamaica conservaba su sede de negocios”
[allí][1].
Se encontraba, pues, Juan
de Francisco Martín como único albacea/custodio de los papeles del Gran Hombre
de América, ya que Silva y Briceño Méndez se encontraban en Venezuela y Vargas
nunca se ocupó de este cometido[2].
(Véase
entrada El Archivo en el Testamento de Bolívar)
En presencia de su
compañero de partida y viaje, el General Daniel Florencio O´Leary, podemos
figurarnos a de Francisco Martín ante el dilema de cumplir la orden dada por el
jefe moral, amigo y compañero de entregar los papeles al fuego; o escuchar la
voz del fiel edecán que trata de persuadirlo a que no lo haga, ya que tales
legajos le serán útiles para cumplir un antiguo proyecto y también encargo del
Libertador.
En efecto, O´Leary
abrazaba desde mucho tiempo atrás la idea de escribir una obra histórica sobre
la vida de Simón Bolívar, para lo cual ya había acopiado una gran cantidad de
papeles. Desde 1825 ya era manifiesta tal intención, lo que puede verse en la
carta que le dirige su amigo Guillermo Miller el 12 de agosto de ese año:
“Encantado
estoy de saber que el mundo va á [sic] ser favorecido con “Las cartas peruanas” por
el señor Don Daniel Florencio O`Leary. Que ruido harán en ambos hemisferios!
(…)
De
paso permítame U. que le pregunte si no sería mejor que en la portada
sustituyera U. Coronel en vez de Don.” [3]
Incluso poco antes de la
muerte del Libertador y de los agrios sucesos que se suscitaron en esos días,
otro compañero de luchas, el Coronel Belford H. Wilson, le escribe el 4 de
noviembre de 1830 para reiterarle una solicitud relacionada con su proyecto,
que ya daba por iniciado:
“Vuelvo
á suplicar á U. me mande aunque sea un bosquejo de la vida de S. E.; pues estoy
comprometido con el amigo Gilpin que es uno de los primeros literatos de los Estados
Unidos, y á quien debo muchos favores; ayúdeme U., pues una breve noticia no
puede perjudicar la obra que U. está
escribiendo; al contrario, servirá para excitar el apetito por extensas
publicaciones.”[4]
Más aun, de la propia
mano de O´Leary conocemos que esa intención suya se hallaba respaldada por el
mismo Bolívar, cuando le anota a su cuñado, el General Carlos Soublette, el 30
de abril de 1831:
“También
tengo que rogar a V. un favor. Como V. sabe, hace algún tiempo yo tengo la
intención de escribir la vida del Libertador y, habiéndome S.E. hecho este
encargo en los últimos días de su vida, en Na. York donde gozaré de reposo
pienso dedicarme a este trabajo.[5]
Ya podemos imaginarnos al
fiel edecán expresando con pasión el bosquejo de su plan al ilustre albacea,
tratando de convencerlo de lo provechoso que serían esos papeles para dar más
lustre a la gloria de Bolívar, al presentar tales documentos como elementos
probatorios de la falsedad de los argumentos que esgrimieron sus enemigos para
empañar y destruir su obra.
Sin duda la palabra
encendida de O´Leary “sedujo” a Juan de Francisco Martín, y lo “arrastró” a
cometer el “pecado” de la desobediencia, ya que el fuego que todo lo consume no
pudo alimentarse con los preciados papeles de Bolívar; y ¡El archivo se salvó!
Es únicamente Juan de
Francisco Martín quien lleva la honra (¿o culpa?), de haber salvado el archivo
reunido por Bolívar, acomodado por Manuelita en los primigenios 10 baúles y
transportado por Pavageau. Pero es también al noble albacea que se deba la
primera fragmentación de los papeles de Bolívar.
![]() |
Juan de Francisco Martín (1.799-1.869) albacea testamentario del Libertador |
[1] González
Rubio, Carlos: LOS BAÚLES CONFIADOS A PAVEGEU. Revista de la Sociedad Bolivariana
de Venezuela, 19 de abril de 1958, Volumen XVII, Numero 54. Pág. 39.
[2]
Fue también Juan de Francisco Martín el encargado de recibir en Jamaica las
Joyas del Libertador, las que posteriormente fueron remitidas al General Pedro
Briceño Méndez en Caracas para su partición entre los herederos. Solo la
medalla que hoy se conoce como la Estrella
de Bolivia fue devuelta a este país, y hoy hace parte de sus insignias
presidenciales. Para mayor abundamiento de este tema ver la ponencia de Juan
Morales Álvarez en: B.A.N.H. Tomo LXXXIII ENERO-MARZO DE 2000 N° 329, págs.
351-383
[3] O´Leary, Daniel Florencio: “Memorias
del General O`Leary”. Tomo XII. P. 49.
[4]
Ibídem. Pág. 135. (Negritas nuestras).
[5]
Navarro, Nicolás E.: Prologo a “Memorias del General O`Leary”, Narración, Tomo
Primero, Caracas 1952. Pág. XXI
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