Documentos: Oficio por el cual se anuncia a Francisco de Miranda su designación como Mariscal de Campo.

Archivo de Miranda (Colombeia), Sección Revolución Francesa, Tomo I, Folio 65.


Transcripción
Paris le 1er. 7bre. 1792. L'an 4 de la Liberté et le 1er de L'égalité.

Vous avés obtenu, Monsieur le Grade de Maréchal de Camp employé et j'aurai l'honneur de vous en envoyer incéssamment le brevet avec une lettre qui vous indiquera la ma­niere dont vous serés employé.

Le Ministre de la Guerre
J. Servan.

M. Miranda.


Traducción
"París, 1° de septiembre de 1792. Año 4o de la Libertad y 1° de la Igualdad.

Usted ha obtenido, Señor, el grado de Mariscal de Campo remunerado y tendré el honor de enviarle enseguida la patente con una carta que indicará a usted las funciones que deberá desempeñar.

El Ministro de la Guerra
J. Servan


Señor Miranda"

Contexto

Copiamos de seguida una descripción del contexto en el que se emite este documento tomándolo de la pagina web "Miranda. Aventurero de la Libertad", cuya dirección URL es http://www.franciscodemiranda.info/es/biografia/francia.htm 

"Persuadido de que Inglaterra no tiene interés en apoyar la independencia de la América hispana, Miranda decide viajar a Francia; las informaciones que ha recibido sobre el proceso revolucionario francés le han hecho pensar que, quizás, ese país pueda brindarle la ayuda que busca. A pesar de que sus cálculos en este sentido no carecen de fundamento (la posibilidad de exportar la revolución a la América hispana habría sido evocada en Londres en conversaciones privadas con altos personeros del mundo político francés, su acercamiento a los franceses le será casi fatal desde el punto de vista personal.

 Llegado a París en marzo de 1792, el sudamericano encuentra en la capital francesa una situación poco menos que caótica. En los tres años que han transcurrido desde su primera visita en 1789, las ambigüedades y tensiones políticas, económicas y sociales que alimentan el proceso revolucionario no han hecho sino incrementarse. Según el modelo de monarquía constitucional instaurado en la recién adoptada Constitución de 1791, el poder está formalmente compartido entre el rey Luis XVI y la Asamblea Legislativa, pero entre éstos existe un clima de desconfianza mutua que es sólo reforzado por diferencias recurrentes de interpretación en cuanto a las atribuciones de cada cual.

Al mismo tiempo, la escasez e inflación rampantes hacen cada vez más difícil la cohabitación entre la nobleza, que observa con horror cómo desaparece su influencia, y el pueblo en general, que sufre grandes penurias y mira con resentimiento la manutención de privilegios que parecen no tener ya ningún sentido en la era de la libertad, la igualdad y la fraternidad. La confusión reinante y la pérdida creciente de prestigio de Luis XVI, como soberano, y de la Asamblea, como órgano de gobierno, da a su vez preeminencia a una variedad de actores políticos que individualmente tienen actuaciones determinantes en la marcha, siempre caótica, de los acontecimientos. Hombres como Brissot, Pétion, Robespierre, Marat, Dantón y muchos otros son y serán aclamados según sus posturas públicas, sinceras o no, en función de la coyuntura.

 Todo esto es seguido con suma preocupación por las casas reales europeas, cuyas intenciones son a su vez escrutadas con desconfianza por los revolucionarios franceses. En agosto de 1791, la Declaración de Pillnitz -en la que el Rey de Prusia y el Emperador de Austria (Leopoldo II, hermano de la reina María Antonieta) expresaban estar dispuestos a hacer la guerra a Francia en caso de que no se respetasen los derechos de Luis XVI- había sido interpretada por la Asamblea Legislativa como una seria amenaza de guerra por parte de Austria. Si bien su intención había sido la de apuntalar políticamente la endeble monarquía francesa, ella sirvió sobre todo para que algunos parlamentarios radicales que deseaban exportar la revolución al resto del continente se declararan a favor de la guerra, con lo cual esta posibilidad pasó a formar parte del debate público.

 Este debate está en su apogeo durante los primeros meses de la estadía de Miranda en París. En un principio, su intención es sólo la de sondear un posible apoyo francés a la independencia de Hispanoamérica y también ayudar a su amigo y benefactor londinense, John Turnbull, en el cobro de un monto que le adeuda la Alcaldía de París. Mas, a apenas un mes de su llegada, la Asamblea Legislativa vota, con el visto bueno de Luis XVI, la declaración de guerra a Austria, el 20 de abril de 1792.

 No se conocen  indicios de que Miranda haya personalmente ofrecido sus servicios militares a la causa de la Revolución; por el contrario, él mismo dirá que, después de visitar París y, como de costumbre, recorrer hospitales, cárceles, bibliotecas, estaba listo para regresar a Inglaterra a inicios de agosto de 1792. En tres meses de estadía se ha forjado buenos contactos con la muy influyente facción de los girondinos, dentro de la cual se ha granjeado el aprecio de Jerome Pétion de Villeneuve, Alcalde de París, y de Jacques de Brissot, editorialista, diputado y uno de los principales partidarios de la guerra. También ha hecho amistad con Charles François Dumouriez, Ministro de Relaciones Exteriores. Militar de formación, Dumouriez será luego Ministro de la Guerra y, subsecuentemente, comandante de los ejércitos del Norte y del Centro; será él quien dirija los principales esfuerzos militares franceses entre 1792 y 1793.

 En julio siguiente, mientras Dumouriez organiza su ejército, las primeras tropas prusianas se preparan a penetrar en territorio francés bajo el mando del duque de Brunswick. El 25 de ese mes, influenciado por los nobles franceses exiliados que le acompañan, Brunswick permite la publicación de un manifiesto en el cual afirma su intención de reinstalar la monarquía absolutista en Francia y condenar a muerte a quienquiera se le oponga. En lugar de tener el efecto disuasivo deseado, la proclama enardece aún más a los revolucionarios y es causa indirecta de uno de los hechos decisivos de la Revolución, el asalto al Palacio de las Tullerías, último lugar de habitación de Luis XVI como monarca, el 10 de agosto de 1792; el Rey y su familia son apresados en calidad de rehenes.

 Al día siguiente, se convoca a la elección de una Convención Nacional que decidirá sobre la forma futura del gobierno. Ese mismo día 11 de agosto, Miranda recibe formalmente la invitación del alcalde Pétion para ingresar al ejército de Francia con un grado superior. Apreciando sin duda la importancia del ofrecimiento, Miranda negocia hábilmente con Pétion y le presenta tres condiciones que para él son fundamentales. La primera está ligada a su condición de extranjero: quiere que sea explicitado que su ingreso al ejército revolucionario obedece a una invitación del gobierno y no a una insinuación suya. La segunda: desea combatir bajo las órdenes directas del general Dumouriez. La tercera: en el futuro, Francia dará su protección a las colonias españolas de América y le apoyará en su debido momento para lograr la independencia de éstas.

 Miranda recibe respuestas satisfactorias sobre los dos primeros puntos y lo que parece ser un acuerdo tácito sobre el tercero. El 19 de agosto las tropas de Brunswick penetran territorio francés, y el 24 Miranda recibe información de que será nombrado mariscal de campo (general de brigada en la nomenclatura de hoy) a las órdenes de Dumouriez.

 El 1 de septiembre el nombramiento se hace oficial. Cinco días más tarde el novicio mariscal de campo parte camino al frente. Ya para entonces ha escrito a sus amigos en Londres explicando su decisión de servir a los revolucionarios franceses; la mayor parte de ellos condena su gesto."

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